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Intervención Del President De La Generalitat En El Acto De Entrega De La Medalla De Oro A Jordi Solé Tura, A Título Póstumo

Intervención del president de la Generalitat en el acto de entrega de la Medalla de Oro a Jordi Solé Tura, a título póstumo

Con la concesión, a título póstumo, de la Medalla de Oro de la Generalitat homenajeamos Jordi Solé Tura, protagonista indiscutible de nuestro tiempo.

Su devenir vital, con una peripecia personal y política, que fue intensa y fértil, se inserta en algunos de los capítulos más significativos de la Cataluña, la España y la Europa de la segunda mitad del siglo XX.

Sus propias palabras, sirven para relatar uno de los episodios más trascendentes de su vida política. Dice: «Cuando el 22 de agosto de 1978, los siete ponentes constitucionales empapados por un calor intenso… y por la responsabilidad que les caía encima, se sentaban por primera vez alrededor de una mesa en una sala del Congreso de los Diputados, se iniciaba un largo, difícil y apasionante camino que cambiaría muchas cosas en nuestra sociedad y en nuestras vidas.»

Con estas palabras, Solé Tura relata el inicio del trabajo de la ponencia constitucional, a la cual también ha hecho referencia Miquel Roca. En él, encontramos la síntesis de momentos capitales de nuestra historia, pero también la síntesis de unos anhelos y de una idea de país.

Solé Tura supo representar, con emoción y fortaleza, los anhelos de la lucha democrática y social. Compartió desde la primera fila, el extraordinario proceso de cambio y de apertura que empezaba durante la transición, proyectando desde la lucidez y el rigor que le eran propios, una idea de país plural e integrador con su diversidad nacional y cultural. Supo coger y llenar de sentido el espíritu constituyente, de reconocimiento y de concordia, que debía permitir construir las bases de una democracia sólida.

La Constitución española de 1978 supuso la apertura del camino hacia un proceso innovador, que después se concretó con el Estatuto de Autonomía. Un camino que hizo posible la plasmación de un sistema de organización política y territorial, que daba una primera respuesta al pluralismo del Estado. En este camino, él hizo hincapié en lo más federal y más abierto.

Solé Tura consideró, pero, que aquel proceso restaría inacabado mientras no se encontraran nuevas vías de profundización de la pluralidad y de avance compartido, que otras generaciones deberían retomar con el mismo espíritu ambicioso. Sin aferrarse solo a la letra, sino desplegando en plenitud todo su potencial. Profundizando en el reconocimiento mutuo y en una visión de España como proyecto ampliamente compartido. Entendiendo que entonces -como por ejemplo- no tendría sentido situarnos de nuevo, en un contexto previo en el debate constituyente.

La renovación del compromiso de convivir juntos, es una exigencia diaria que nos obliga a concentrar nuestro esfuerzo y a vencer la tendencia contraria de inercias y prejuicios.

Sería anacrónico recaer en las contradicciones de aquel momento y que se acabara imponiendo una visión que pretendiera excluir o negar aquello que somos y queremos ser. Aquella etapa ya la superamos.

Querría subrayar, aun así, que la concesión de la Medalla de Oro a la figura de Solé Tura, quiere significar también un elogio y un reconocimiento de la política. A la concepción más noble de aquello que es y debe ser la política, y que él ejemplificó en gran medida. Aquella política que parte de las propias convicciones para buscar los valores compartidos con los otros y que rehuye los dogmatismos estériles.

Sabemos que la política democrática no permite resolver ningún ideal absoluto, de una vez y por siempre jamás. Porque la política no puede ser nunca la aplicación rígida de un sistema de verdades, sino el espacio de encuentro que ha de hacer posible el acuerdo y el entendimiento, para conciliar ideales e intereses que escapan de certezas absolutas.

La política entendida como instrumento de convivencia que garantiza el pluralismo y promueve el debate democrático. La política como creadora de civilización y como compromiso diario, al servicio de la comunidad, que permite las condiciones para el cambio social, la emancipación, y la construcción de una sociedad cada vez más justa. Una política orientada a preservar la libertad y a potenciar las identidades concéntricas que atesoramos en el marco de un mundo cada vez más complejo y diverso.

La política es la oportunidad que tenemos para reencontrarnos. En un tiempo como el que vivimos, es imprescindible reconocer el valor de la virtud cívica. Una virtud que impulsa a tomar conciencia de todo aquello que nos afecta y que nos empuja a participar activamente en los asuntos de una sociedad que dialoga y se quiere gobernar a sí misma.

Jordi Solé Tura, encarnó esta virtud cívica: ya en el temple del joven panadero, encontramos el espíritu luchador y autodidacta, que quiere conocer el mundo, que se implica en todo aquello que tiene que ver con su entorno y que intenta ir siempre más allá.

En las diversas intervenciones que hemos podido escuchar esta tarde, se han desglosado algunos de los rasgos de Jordi Solé Tura; de su saber y de su talante, que lo han hecho merecedor del aprecio y la admiración de todos aquellos que lo conocieron y trataron. Su biografía, fue un ejemplo de lucha y convicción para un futuro más próspero.

Con el coraje y la constancia de aquellos quienes saben que hay muchos obstáculos a superar, pero que no renuncian a hacer frente. Con el rigor de una persona ilustrada que busca en el debate de las ideas, los argumentos necesarios para avanzar colectivamente.

Militante de izquierdas y del catalanismo, pero rebelde siempre al yugo de la ortodoxia, su talante apacible, inquieto y optimista, irradiaba proximidad y bonhomia. También humor e ironía, como hemos podido escuchar.

Su maestría nos dice que, a pesar de las adversidades, y a menudo nadando contracorriente, la lucha cotidiana no la tenemos que abandonar nunca. Sin renuncias. Sin desfallecer. Sin retrocesos colectivos y en un esfuerzo diario para conquistar siempre nuevos hitos de libertad y bienestar.

En el momento de cerrar este emotivo acto y hacer una mirada atrás, resiguiendo su recorrido vital, se hace necesario tomar conciencia de donde veníamos y dónde estamos, para ser más clarividentes sobre cuál es el camino que ahora debemos tomar.

Nuestro país ha tenido la suerte de contar con personas que compartían un sentimiento apasionado hacia esta tierra y, sobre todo, hacia los hombres y mujeres que vivían. Este es el impulso más noble de la política. Y lo encontramos en el testimonio de Solé Tura.

Restituimos, pues, la condición de la política, para rehacer el hilo que unirá las luchas pendientes y así sabremos encarar las nuevas realidades.

Nuestro país sigue teniendo un horizonte por el cual merece la pena andar plegados. Y en Solé Tura trazó y nos enseñó a transitar buena parte de los caminos para llegar.

Nuestro país le agradece…. Le debía agradecer. Y, a pesar de que desgraciadamente no esté entre nosotros, lo ha hecho, hoy, con su máxima distinción cívica e institucional.

Muchas gracias.

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