
Comunicado del President Montilla sobre la Diada Nacional de 2014
Ciudadanos de Cataluña, Ciudadanas de Cataluña
Como cada año en estas fechas, y en mi condición de ex presidente de la Generalitat, quisiera compartir con vosotros unas reflexiones sobre la situación de nuestro país y la significación de la Fiesta Nacional como fiesta del conjunto de los catalanes y las catalanas.
Nuestro país está inmerso todavía en una profunda y muy seria crisis económica que está causando mucho dolor a miles de personas y familias enteras, que ven el presente y el futuro con desesperanza. A los que nos gobiernan aquí, en el resto de España y en Europa, les deberíamos pedir que dejen de perseverar en una política ortodoxa de austeridad que no sólo no nos ha llevado a una salida satisfactoria de la crisis, sino que está empobreciendo a nuestra sociedad y exacerbando las desigualdades sociales a niveles que hacía muchos años que no conocíamos.
Es necesario reorientar la política económica en el conjunto de la Unión Europea y colaborar con ella desde Cataluña y desde España con políticas que permitan el relanzamiento de la economía, la recuperación de la actividad y del empleo, el desarrollo industrial y el incremento de nuestra capacidad de producir y vender riqueza. Sólo con un verdadero y sólido crecimiento económico, las administraciones públicas recuperarán su capacidad fiscal, imprescindible para reponer los niveles de bienestar social que hemos perdido a lo largo de estos años. Es cierto que hay algunos elementos positivos en los datos macroeconómicos que conocemos. Y nos tenemos que felicitar de ello. Pero no nos podemos engañar sobre su alcance. Mientras la generación de puestos de trabajo sea tan frágil, el poder adquisitivo de los trabajadores tan debilitado y la capacidad inversora del sector empresarial y del sector público tan limitada, no podemos hablar de superación de la crisis económica.
En mi opinión, los gobiernos han de dirigir el grueso de su energía a hacer posible esta recuperación económica y a tomar las medidas necesarias para el cuidado de las personas que sufren las consecuencias del paro, de la pobreza y de la falta de perspectivas de trabajo, como esos miles de jóvenes bien formados que tienen que irse de nuestro país para encontrar un horizonte laboral satisfactorio. Nada es, hoy, más importante.
Hay que hacerlo en una atmósfera de acuerdo y consenso social, es decir, con la participación de los agentes empresariales y sindicales. Y hay que hacerlo, igualmente, introduciendo cambios en nuestro modelo de crecimiento, que permitan una economía más competitiva, donde el conocimiento, la investigación y la innovación ganen posiciones.
Cualquier país normal celebra su fiesta nacional como un acto de conciliación, de unidad de su pueblo. La Diada es más nacional cuanto más inclusivo es. Y lo es menos cuando sobresalen los elementos particulares, por más legítimos que sean, de una o varias partes de la nación, que por definición es siempre plural. Es imprescindible preservar el carácter institucional de nuestra fiesta nacional, afianzando los símbolos que representan esta unidad civil. La bandera cuatribarrada y la Generalitat de Cataluña nos representan a todos y a todas. La apasionada agitación de otros símbolos, bien legítimos en la medida en que son parte de la diversidad política y cultural de nuestro país, no debe hacer perderlo de vista.
Los gobiernos deben ser muy cuidadosos a la hora de proponer la liturgia y la simbología de la fiesta nacional de su país. Si esta liturgia permite el enaltecimiento de símbolos de parte por encima de los comunes, la fiesta nacional pierde ese carácter inclusivo que debe caracterizarla.
Esta situación de crisis económica y de dificultades en la orientación de nuestro autogobierno se ve agravada por un clima de desconfianza de los ciudadanos hacia la vida institucional y democrática, que se agrava cuando se constata la falta de rectitud y honestidad de dirigentes políticos, especialmente si se trata de personas con larga trayectoria institucional y elevadas responsabilidades de gobierno. Es imprescindible exigir a todos los responsables políticos, estén en tareas de gobierno o no, la máxima rectitud y honestidad en sus comportamientos como garantía para devolver la confianza en las instituciones. Más allá de cualquier escalada de especulaciones, lo que es deseable es que las autoridades administrativas, y especialmente los tribunales de justicia aclaren todos los hechos y castiguen, eventualmente, a los responsables. En una sociedad democrática sana no puede tener cabida la impunidad.
El año pasado constataba, con preocupación, la paradoja de encontrarnos en el período de mayor exaltación nacionalista y, al mismo tiempo, en los momentos de mayor pérdida de autogobierno. El año transcurrido no ha servido para aliviar esta preocupación, más bien lo contrario. Pasado un año, reafirmo mi opinión de que no hay otro camino para la recuperación y la ampliación de nuestro autogobierno que el diálogo, la negociación y el pacto. Los que dicen que hay una vía basada en una posición de fuerza, no dicen la verdad. Ni el inmovilismo ni la ruptura tienen suficiente fuerza para imponerse.
Mucha gente de nuestro país, vive, ciertamente, con el horizonte de una fecha precisa del calendario, el 9 de noviembre. Más allá de preguntarnos si el recorrido hasta esta fecha no ha comportado demasiada pérdida de tiempo y energía, creo que debemos alentar a nuestras instituciones a retomar el camino del entendimiento también después de esta fecha.
Los problemas relacionados con el autogobierno y con la efectiva ofensiva recentralizadora del actual gobierno de España seguirán estando sobre la mesa el 10 de noviembre. Y todos juntos tendremos que estar igualmente comprometidos en la búsqueda de vías de solución. Cataluña es una nación que reclama respeto y reconocimiento. La afirmación nacional de nuestro país es, en mi opinión, compatible con la construcción de una España moderna que sea capaz de reconocer su carácter plurinacional y esté dispuesta a organizarse territorialmente siguiendo los parámetros de un Estado Federal, introduciendo por ello los cambios necesarios en nuestro texto constitucional.
Negociar, acordar y ampliar el margen de lo posible es más inteligente que exigir lo imposible. Aunque esto último proporcione titulares más épicos. Hay que hacerlo con un compromiso de claridad, huyendo de las ambigüedades en que está instalada la política catalana. Necesitamos no jugar más con el lenguaje y decir las cosas por su nombre.
Los presidentes de los gobiernos de Cataluña y de España han de reencontrarse, construir un diadnóstico compartido, estudiar cuáles son los problemas de nuestro autogobierno y del modelo territorial español y proponer al conjunto del país un camino de mutuos compromisos. Yo creo que el compromiso y el acuerdo son posibles. Pero requieren trabajo, tenacidad y alianzas. Y, finalmente, el voto de los ciudadanos y las ciudadanas para afianzar la validez de este nuevo pacto constitucional.
Animo a los catalanes y las catalanas a celebrar el Día Nacional, bajo el signo de la concordia y el respeto a la diversidad y pluralidad que, afortunadamente, caracterizan nuestra nación.