
Comunicado del President Montilla sobre la Diada Nacional 2015
DIADA NACIONAL 2015
El próximo viernes, 11 de septiembre, celebramos la Diada Nacional de Catalunya. Un día que debería servir para celebrar la unión de la sociedad catalana alrededor de sus instituciones y de sus símbolos nacionales.
Una jornada adecuada para recordar la trayectoria de nuestro país, sus esperanzas y sus anhelos, y hacerlo reconociéndonos todos en la pluralidad y diversidad de nuestra sociedad. Nadie tiene el monopolio ni de la catalanidad ni del patriotismo: el compromiso con el país y su gente, el trabajo para construir un futuro mejor y una sociedad más justa la adopta cada uno individual o colectivamente desde sus convicciones y todas las opciones democráticas merecen el respeto. Efectivamente, Cataluña es una sociedad plural y todos, y muy especialmente los que tienen o han tenido responsabilidades políticas e institucionales, lo deben saber reconocer y actuar en consecuencia.
Un año más, y en esta misma ocasión, he creído necesario expresar mi opinión sobre la situación política y social de nuestro país, en mi condición de ex presidente de la Generalitat de Catalunya. Lo hago con una doble y contradictoria actitud. De preocupación pero, también, de esperanza.
No quiero ocultar que veo con preocupación la evolución de las cosas.
En primer lugar, por la situación social y económica de nuestro país. Es cierto que estamos en un momento de cierta recuperación económica. Pero la recuperación es tan lenta y tan débil que no garantiza la atención a las miles de personas que no consiguen un trabajo digno y la protección de sus derechos sociales más elementales. Si no hay un cambio de tendencia en las políticas económicas, en Catalunya, en España y en Europa, no podremos resolver el aumento de las desigualdades y el incremento de la pobreza y de la injusticia. Desgraciadamente, el debate y la reflexión sobre este cambio en las políticas económicas y sociales no forma parte, hoy, de la prioridad de la vida política catalana.
En segundo lugar, por la situación política e institucional que atravesamos. Esta Diada Nacional está fuertemente condicionada por la convocatoria de unas nuevas elecciones anticipadas. Unas elecciones que servirán, ciertamente, para elegir a los diputados y las diputadas que deberán decidir, una vez constituido el Parlamento, la composición del nuevo Gobierno de la Generalitat. Pero, no nos engañemos, no son unas elecciones normales. No lo son, especialmente, por su contenido de fondo, que no es otro que la relación entre Catalunya y el conjunto de España.
Esta relación se ha deteriorado, y mucho. El gobierno presidido por el Sr. Rajoy no ha sido capaz de entender la naturaleza del conflicto planteado, ni tampoco de presentar alternativas inteligentes a los problemas de nuestro autogobierno y, en general de la organización territorial de España. Al contrario, el gobierno español y el Partido Popular han perseverado en la aplicación de una agenda de recentralización que lamina nuestras competencias y nuestro Estatuto, han ignorado la necesaria revisión del sistema de financiación de la Generalitat, han desatendido las necesidades de inversión pública y han provocado crisis innecesarias en el ámbito cultural, educativo y lingüístico. Pero lo que es peor, han reducido sus respuestas al ámbito estrictamente jurídico, olvidando que un problema esencialmente político sólo puede resolverse por la vía de la política: diagnosis compartida, negociación y pacto. La reciente propuesta de modificar las competencias del Tribunal Constitucional no hace más que insistir en el error de planteamiento o, tal vez, es un frío cálculo para obtener réditos electorales para las próximas elecciones generales. Creo que tengo la obligación de decir que este es un camino equivocado, que no contribuye a encontrar soluciones, sino a dificultarlas.
También creo que están en un camino equivocado quienes desde Catalunya proponen una solución basada en la independencia. Siempre he defendido – y lo sigo haciendo – la legitimidad de los proyectos políticos que consideran que la solución de los problemas de la sociedad catalana (no muy diferentes de los que sufre el conjunto de España y los diversos Estados de la UE) pasan por convertir nuestro país en un nuevo Estado independiente. Yo no comparto estos proyectos: creo que en la Europa del siglo XXI, el «nosotros solos» no es una buena receta, ni para Catalunya, ni para España, ni para los países de nuestro entorno, ni tampoco para el proyecto común europeo .
Pero más allá de la discusión sobre proyectos políticos, que en una sociedad democrática se han de poder realizar en condiciones suficientes y con un debate riguroso, considero muy negativa la confrontación política que estamos viviendo en Catalunya. Si se instala en el debate político y social la idea de que quien no comparte la solución soberanista no es un buen catalán, provocaremos una profunda división en nuestra sociedad.
Y ese es, precisamente, el tercer motivo de preocupación. La unidad civil del pueblo catalán no es una mera frase hecha. Es la garantía de la cohesión social de nuestro país, labrada durante muchos años y desde muchos y diversos protagonismos. Hoy se ha fraccionado el catalanismo y todos los partidos políticos catalanes que se identificaban con esta cultura política atraviesan o han atravesado fuertes crisis internas. Pero lo más grave no es la situación de las organizaciones políticas. Lo más grave, y debemos comprometernos todos a evitarlo, es que se consolide una línea de división entre los ciudadanos y las ciudadanas de Catalunya, en función a su adhesión o no a la propuesta independentista. El «estás conmigo o estás contra mí» conlleva riesgos demasiado importantes para nuestra vida democrática.
Os he expresado mi preocupación por la orientación de la vida económica, política y social.
Pero también tengo que decir que creo que hay motivos de esperanza. Creo que cada día que pasa es más fuerte la convicción de que sólo el diálogo, la negociación y el acuerdo abren una vía positiva para la mejora de nuestro autogobierno y el respeto a nuestra vocación nacional. Es un hecho que, hoy, la hipótesis de una reforma federal de la Constitución española que facilite la participación de Catalunya en los asuntos generales y reconozca nuestras singularidades cuenta con más y más diversos apoyos.
Los problemas – que son reales – del autogobierno de Cataluña, y la exigencia de respeto y reconocimiento de su carácter nacional, tienen solución. Como también lo tienen los relacionados con la mejora real de nuestra economía. Estoy convencido.
Pero las soluciones requieren nuevas actitudes y nuevos actores en nuestras instituciones, en la Generalitat y en el Gobierno central.
Serán los ciudadanos y ciudadanas de Cataluña los que, finalmente, tomen la decisión con su participación en las próximas elecciones para el Parlamento de Catalunya y, ya en diciembre, para las Cortes Generales.
Deseo que estas elecciones abran una nueva etapa serena y constructiva. Sea cual sea su resultado, estoy convencido de que sólo el diálogo, la negociación y la búsqueda de acuerdos nos llevarán a las soluciones necesarias.
Una nueva etapa con gobiernos dedicados a unir y no dividir. A resolver los problemas y no a empeorarlos. Gobiernos que entiendan que la primera de las prioridades no puede ser otra que devolver la esperanza a tantos miles de personas, especialmente jóvenes, que necesitan encontrar un trabajo digno, con un sueldo digno y unas expectativas profesionales positivas. Deseo que Catalunya pueda abrir, así una nueva etapa de prosperidad que permita mejorar la vida cotidiana de todos.
Barcelona, 10 de septiembre de 2015