
Necesitamos una tregua: Las urgencias de Catalunya
[Extracto de la intervención en el Círculo del Liceo, 11.03.2021]
El mes de enero de 2020, en una conferencia al Foro “Tribuna Catalunya”, daba una visión a los retos de la economía española en su conjunto y catalana en particular.
En aquella ocasión explicaba que el gobierno de Catalunya debía hacer un giro hacia la gestión de las que denominaba “las urgencias de Catalunya”.
Hablaba, en primer lugar, de la urgencia de definir una política industrial para el siglo XXI, partiendo de los sectores industriales y manufactureros especialmente robustos que tienen que constituir una palanca para la modernización de nuestro tejido productivo y no un inconveniente.
Indicaba que el sector de la automoción requería una atención especial, con la perspectiva de las mutaciones profundas que afectan las plantas de fabricación de automóviles y el sector de componentes, relacionadas no solo con los cambios de motorización, sino también a los nuevos paradigmas en el uso privado del automóvil.
Me referí, también, en la investigación, el desarrollo y la innovación. La sociedad catalana ha podido ejercer durante mucho de tiempo un sólido liderazgo en este ámbito, especialmente en sectores relacionados con la biomedicina, la salud, la alimentación o la farmacia, para citar algunos. Un liderazgo ejercido bajo el impulso de nuestros centros universitarios, de una sólida red de centros de investigación, de equipos muy valiosos de profesionales, de centros de diseño e innovación tecnológica vinculados a industrias y, muy especialmente, de una cultura de colaboración entre el sector público y el privado. Hoy este liderazgo da síntomas de debilitamiento.
Mencioné otros aspectos clave, como por ejemplo la pérdida de calidad del mercado de trabajo, el déficit de infraestructuras estratégicas de movilidad, transporte, energía y ciencia, la situación de las universidades, las industrias culturales o el sistema educativo y de formación profesional. Y acabé alertando sobre el crecimiento de las desigualdades, que es un problema de justicia social y de dignidad, pero también de eficiencia económica.
Todo esto era antes de la pandemia. Los retos señalados son del todo vigentes 14 meses después. Ahora, en todo caso, deberíamos añadir la situación del sistema sanitario o de los servicios de atención a la gente mayor.
Hace catorce meses no podíamos ni imaginar como podían empeorar las cosas. Ahora mismo el que hace falta es parar la vez. Es decir, centrarnos en:
- Superar la pandemia, trabajando para extender las vacunas que han de dar esperanza sanitaria en la gente, asegurando que los servicios sanitarios disponen de los medios adecuados para hacerlo.
- Reconstruir nuestra economía y evitar tanto como sea posible el cierre de empresas y servicios. No creo que seamos, colectivamente, bastante conscientes de la destrucción del tejido económico que dejará la COVID. El paro registrado en toda España supera ya los 4 millones. Una destrucción que ha afectado los sectores de manera muy desigual. Pero en el conjunto, las dificultades de supervivencia de miles de pequeñas y medianas empresas sin suficiente capacidad financiera para resistir son ya evidentes, aunque las medidas extraordinarias de apoyo, incluidas las ayudas directas, minimicen los efectos.
- Aprovechar la financiación europea para modernizar nuestras estructuras productivas y por descarbonitzar y digitalizar la economía. Saber aprovechar esta gravísima crisis para llevar a cabo estos cambios estructurales es esencial para garantizar el futuro y el bienestar de nuestra sociedad.
- Tener presente la amenaza del incremento de las desigualdades. La pandemia nos trae más pobreza, más riesgo de exclusión y menos cohesión social. La pandemia, en nuestra casa y en todo el mundo, puede comportar episodios graves de explosión social. No lo perdamos de vista. Menciono un dato que me ha parecido especialmente inquietante para nuestro futuro colectivo: durante el año 2020, 228.000 jóvenes de entre 16 y 35 años al conjunto de España han tenido que volver a casa de sus padres después de una emancipación fracasada.
Para hacer frente a estas urgencias hay que disponer de un gobierno estable, integrador, capaz de entender que estas son las prioridades y no otras.
No se trata de pedir a los independentistas que dejen de serlo. Les tenemos que pedir, simplemente, una tregua. ¿No lo justifica la gravedad de la situación que estamos viviendo?
Hace demasiado tiempo que vayamos encadenando crsis que afectan nuestra solvencia económica y nuestra reputación como país.
Los hechos del 2017 se producen en un país que apenas intentaba superar los efectos de la gran depresión iniciada a partir de 2008. Añadimos, entonces, la ruptura de la confianza empresarial y el miedo de muchos ciudadanos a las consecuencias de una eventual secesión. Un miedo que comportó la fuga de depósitos y la salida de Catalunya de la sede social de miles de empresas preocupadas por la carencia de seguridad jurídica. Enmedio hemos visto cómo el potencial económico de Catalunya como motor económico de España perdía posiciones. Cómo nuestro PIB era superado por el de la Comunidad de Madrid, por ejemplo. Ahora debemos añadir las consecuencias sociales y económicas de la COVID.
Y no mejoraremos la situación con exabruptos como el boicot del Gobierno a la visita del Rey y del presidente Sánchez en SEAT. Más bien este comportamiento certifica la creciente irrelevancia de la política económica de la Generalitat. Como lo certifica, también, la escasa presencia de líderes internacionales en Catalunya, rompiendo una lógica anterior que ponía de manifiesto el interés en nuestra economía y en nuestra sociedad. La “internacionalización del conflicto”, como lo denomina el presidente Puigdemont nos puede hacer ser más conocidos a Europa y al mundo. Pero no necesariamente mejor valorados.
Que el presidente de la Generalitat no participe en la presentación del proyecto de electrificación de SEAT no es solo un problema protocolario. Es no entender como deben funcionar los proyectos para competir en la obtención de los fondos europeos para la reconstrucción. Es situarse en una posición marginal que no nos conviene.
Los proyectos de reconstrucción tendrán que ser iniciativas tractoras, con participación colaborativa entre el sector público y los inversores privados. Esto requiere, lo digo una vez más, alianzas. No es con propaganda como haremos que Catalunya salga beneficiada de la financiación europea. No es, por supuesto, menospreciando un proyecto como el del consorcio para la fabricación de baterías eléctricas que es vital para la industria de la automoción de Catalunya.
Ahora, más que nunca, necesitamos mucha cooperación y entendimiento. En primer lugar, de puertas adentro, en el interior de Catalunya, religando las principales fuerzas políticas y todo aquello que representan. Reconociéndonos todos como actores de este esfuerzo de reconstrucción.
Y, también, cooperación y entendimiento con el Gobierno de España en base a la lealtad institucional y la generación de un espacio de confianza que es urgente recuperar.