
Podemos cambiar el rumbo si hay suficiente coraje político
[Extracto de la intervención en el Círculo del Liceo, 11.03.2021]
Esta es, precisamente, la encrucijada que debemos atravesar. Como en otros momentos de nuestra historia, hemos de escoger entre la razón absoluta compartida entre los afines o la transacción política entre los que tienen proyectos políticos contrapuestos.
Optar por un gobierno que no tenga la independencia como objetivo al cual toda la obra de gobierno se tiene que subordinar, debería ser hoy posible.
Repetir la fórmula de gobierno que nos ha llevado dónde estamos o, al contrario, ensayar nuevas alianzas y una nueva orientación de la acción de gobierno, esta es la cuestión.
Pero esto requiere de mucho coraje político. Me temo, desgraciadamente, que no será así.
En cualquier caso, es una evidencia que necesitamos un gobierno que quiera gobernar. Es decir, que quiera ejercer sus competencias, que sea capaz de ganar complicidades (dentro y fuera) y que ponga por encima de todos, los objetivos de la reconstrucción social y económica que la sociedad catalana requiere.
Todos hemos cometido errores. Si hiciéramos un mayor esfuerzo de humildad, podríamos reconocerlos y allanar el camino del entendimiento y de la reconciliación.
Y volver a hacer política, que quiere decir diálogo, negociación y pacto, en lugar de hacer declaraciones y gesticulación.
Nadie puede ganar nada en una estrategia mutua de confrontación. Menos buscar y señalar culpables y más trabajar para encontrar soluciones.
El independentismo no tiene fuerza ni electoral, ni legal, ni política para imponer la secesión. Puede, esto si, alargar el bloqueo y, con él, la decadencia de Catalunya.
El gobierno de España sabe, por su parte, que un conflicto político no se gana en los tribunales, aunque a ellos corresponde el trabajo de juzgar la comisión de delitos cuando estos se producen. Sabe que no ganará la batalla sin formular propuestas que seduzcan la mayoría de la sociedad catalana y generen, también, empatía, al conjunto de España.
Unos y otros, y acabo, deben saber reconocer que se puede vivir la catalanidad y la españolidad de maneras diferentes. Que no hay una única vía para ser un buen catalán o un buen español.
Y aquí, en nuestra casa, conviene que nos digamos con franqueza que es legítimo sentirse catalán y mostrarse contrario a la secesión. Tan legítimo, al menos, como considerar que la secesión es la vía más adecuada para resolver los problemas de nuestra sociedad.
Efectivamente, para encontrar vías de solución hará falta mucho de coraje político. Ojalá lo tengamos.